Más de 20 muert@s, 10 desaparecid@s, 40.000 desalojad@s. Solo hasta ahora. Y miles de millones de dólares de daños.
Como si no fueran gotas, sino bombas, las que precipitaron sobre nuestras cabezas. Como si no fuera una inundación, sino una guerra la que devastó nuestras casas.
Bueno, de hecho fué así.
Pero el enemigo que nos golpeó tan duramente no fue el río, ni tampoco la montaña. Estos no fueron para nada instrumentos de venganza de una naturaleza que estamos acostumbrados a creer hostil. La guerra en curso ya desde siglos no es entre la humanidad y el ambiente natural, como muchos nos quieren hacer creer para asegurarse nuestra disciplina. El enemigo somos nosotr@s mism@s. Nosotr@s somos la guerra. La humanidad es la guerra. La naturaleza es simplemente el campo de batalla.
Somos nosotr@s los que causaron esta lluvia tan fuerte, transformando el clima atmosférico con nuestra actividad industrial. Nosotr@s destruimos las defensas de los ríos, adoquinando su lecho y deforestando sus orillas. Nosotr@s hicimos fracasar los puentes construyéndolos con material de descarte elegidos para ganar las concesiones. Nosotr@s eliminamos pueblos enteros, construyendo casas en zonas arriesgadas. Nosotr@s criamos chacales, mirando al beneficio en cualquier circunstancia. Nosotr@s no cuidamos de tomar precauciones contra eventos semejantes, preocupados solo de construir nuevos estadios, nuevos centros comerciales, nuevas líneas ferroviarias y nuevas lineas de metro. Nosotr@s permitimos todo lo que pasó y que se repitiera, delegando a otros las decisiones que afectaban a nuestra vida.
Y ahora, que devastamos el planeta entero para movernos más rápido, para comer más rápido, para trabajar más rápido, para ganar más rápido, para mirar más rápido el televisor, para vivir más rápido, ¿osamos lamentarnos cuando nos damos cuenta que también morimos más rápido?
No existen catástrofes naturales, existen solamente catástrofes sociales.
Si no queremos seguir siendo victimas de terremotos imprevistos, de inundaciones excepcionales, de virus desconocidos o algo más, no podemos más que actuar contra nuestro verdadero enemigo: o sea nuestra manera de vivir, nuestros valores, nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestra indiferencia.
No es a la naturaleza a la que hay que declarar urgentemente la guerra, si no a esta sociedad y a todas sus instituciones. Si no tenemos la capacidad de inventar otra existencia y de luchar para realizarla, preparémonos a morir en la que l@s otr@s nos han destinado y impuesto. Y a morir en silencio, así como siempre vivimos.
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