A propósito del marzo anarquista…


Ser anarquista no es haber logrado una certeza, el haber dicho de una vez por todas: “Ya está, yo, finalmente, desde este mismo instante, estoy en posesión de la verdad, y como tal, por lo menos desde el punto de vista de la idea, soy un privilegiado”. Quien razona así es anarquista sólo de boca. Mientras que es realmente anarquista, quien se cuestiona a sí mismo como anarquista, como persona, y quien se pregunta: ¿Qué es mi vida en función de lo que hago y en relación a lo que pienso? ¿Qué relación alcanzo a mantener diariamente, cotidianamente, en todas las cosas que hago…?”

A propósito de los discursos enarbolados por algunxs “catedráticxs” en los talleres del Marzo Anarquista, sentimos la necesidad de tensionar ciertos debates que, de hecho, siempre han estado presentes en el seno de las ideas y prácticas libertarias.

Desde siempre, ha habido quienes se han conformado con construir una ideología, en el peor sentido de la palabra (como si hubiera uno bueno), sólida y cerrada, y se han dedicado sistemáticamente a desmarcarse de aquellxs que han querido llevar a la práctica sus ideas.

En específico, uno de lxs catedráticxs del anarquismo, en uno de los foros señaló, que los ataques que han recibido algunas instituciones del poder durante los últimos años no hacen más que justificar la represión tanto por parte de la policía como de la prensa. Aparte de causarnos risa, nos preocupan las implicaciones de tal afirmación:

(1) Aquellxs que se piensen que se puede ser anarquista, o revolucionarix, o subversivx, o como cada unx quiera definirse, sin pensar y asumir que OBVIAMENTE eso le va a conllevar seguimientos, persecución, cárcel o muerte, es que efectivamente no ha entendido que estamos en guerra. Que decir “muerte al estado y al capital” (o cualquier otra consigna similar) lleva consigo un ataque que las instituciones del poder no van a perdonar, si realmente estas palabras se intentan transformar en realidad. A no ser que la práctica política sea la de hacerle el trabajo al estado, siendo una especie de “Hogar de Cristo Autogestionado”. El tema no es qué se hace o se deja de hacer, sino la actitud con que se hacen las cosas. Nos referimos a que los talleres o actividades tienen que estar en confrontación con el poder, no ser una alternativa a éste. No podemos suplir las carencias del estado. Y entonces cualquier acción con actitud de confrontación va a conllevar, de una forma u otra, represión. Quien no esté dispuestx a asumir estas consecuencias, es mejor que se vaya a su casita, a vivir su vida tranquilx y segurx, y que deje de llenarse la boca de la palabra anarquía, o revolución, o lo que sea.

(2) Señalar casi como policía y de forma tan patética, a quienes han llevado ataques concretos a las instituciones del estado y el capital, te pone en el otro lado de la barricada. Da igual si es por cobardía, o porque se piense que está ensuciando la “imagen social” del anarquismo, o porque “no es el momento”. Es como decir: “sí, somos anarquistas, pero de lxs buenxs, que hablamos y escribimos de la historia, pero no ponemos bombas como esxs locxs “. Hasta Kropotkin, aunque sinceramente a nosotrxs nos da igual y no nos merece ni más ni menos respeto por eso, estuvo exiliado y años en prisión. Basta de desmarcarse: no somos pobres víctimas, no somos ni inocentes ni culpables.

(3) ¿Qué les asusta tanto? ¿Acaso esperan que lxs poliperiodistas hablen bien de lxs anarquistas? Si fuera así es que efectivamente nuestras ideas y nuestras prácticas no suponen ninguna amenaza, ningún peligro para el mantenimiento del llamado orden social. Ahí estamos muertxs. Sabemos que lxs poderosxs temen que nuestras ideas y prácticas se extiendan. ¿Qué queremos, que nos hagan la propaganda? De nadie podemos esperar nada, más que de nosotrxs mismxs.

Otro de los discursos ahí presentes es que “ahora no es el momento” para enfrentarse concretamente. ¿Cuándo es el momento, entonces? ¿Qué más tenemos que esperar? La dominación, el exterminio, la explotación, el robo de nuestras vidas, son una constante. Lo único que hay que procurar es hacer bien las cosas, aprender de las propias experiencias y de lxs otrxs, y estar preparadxs para afrontar coherentemente las posibles consecuencias.

La espera sólo enseña a esperar. El discurso de la espera se argumenta en base a la supuesta separación entre lxs subversivxs, lxs radicales, y el resto de lxs explotadxs. Como si nosotrxs no fueramos explotadxs, como si no estuviéramos obligadxs a vivir igualmente la miseria cotidiana. Como si fuéramos unxs iluminadxs cuya misión fuera evangelizar a las masas y esperar a que se concientizaran para así avanzar juntxs hacia la tierra prometida. Pero hay quienes ya nos cansamos de esperar y no estamos dispuestxs a aguantar un segundo más esta asquerosa situación sin hacer algo para acabar con ella.

La necesidad de este escrito, surge de ver cómo hay gente que toma el anarquismo como una forma de vida alternativa. Sin ver que esa forma de pensamiento lleva en sí misma el conflicto, que no hay forma de vivir una vida anárquica sin tener problemas con cualquier tipo de autoridad. Que si realmente se asume una postura anarquista en la cotidianidad, en todo momento, habrá conflicto en la familia, la escuela, el trabajo, con la policía, con lxs ciudadanxs honradxs. Parcelar nuestras vidas, asumiendo cierto discurso sólo a ratos, cuando conviene, y olvidarnos de ellos, de sus implicaciones tangibles, nos hace anarquistas o revolucionarixs de salón. Aquí no hay descansos, es hasta el último suspiro. Cada unx sabrá.

“Por eso no creemos en medias tintas, ni en reformas parciales que nos sumerjan más en el mundo de las mercancías, sino en el ataque inmediato ya y a todo esto”.

El ánimo de este escrito no es generar un espacio virtual de discusión con lxs catedráticxs del anarquismo, o reformistas de cualquier color, sino el poner en evidencia a todxs nuestrxs enemigxs disfrazadxs. López de Arango han existido siempre, pero que quede muy claro que no lxs queremos cerca.

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