El compañero Rami Syrianos cayó preso después de atracar la subasta organizada por una agencia estatal (que principalmente negocia con los vehículos confiscados policía de tráfico y aduana) en Tesalónica, el 31 de enero de 2011. Rami leyó la siguiente declaración durante su juicio que terminó el 28 de mayo de 2012. La declaración fue publicada en el número 4 de la publicacón “Destruid la Bastilla” (Diciembre 2012), editada por la Caja de Solidaridad con lxs Combatientes Encarceladxs y Perseguidxs. Rami fue condenado a 8 años y 8 meses, actualmente se encuentra en la prisión de Nigrita.
Para comenzar, quiero dejar claro que esto que voy a decir en ningún caso constituye algún tipo de apología. No reconozco ninguna legitimación política o ética en este juicio, ninguna legitimación a base de que juzgaría como necesario hacer una apología frente suyo.
Lo que voy a decir constituye una declaración pública respecto al razonamiento político a base de que decidí expropiar el dinero que ha sido reunido en la subasta organizada por la Agencia del Manejo de la Deuda Pública el 31 de enero de 2011.
Antes de pasar a todo lo relacionado específicamente con la opción de expropiación, se tienen que decir ciertas cosas para definir las amplias condiciones en que ocurre tanto aquella expropiación como el presente juicio.
Ahora ya está totalmente claro para todos que pasamos por una época de alborotos. No se necesita ser sociólogo o analista económico para darse cuenta que la situación social desde hace tiempo ha tomado características de un conflicto generalizado. Los crujidos y chirridos causados por la crisis económica que estalló en el 2008, sobrepasaron la esfera de economía para atravesar verticalmente todas las esferas de las relaciones sociales. El resplandeciente escaparate del capitalismo se hizo añicos revelando el podredumbre que hay detrás, podredumbre de un régimen social que está en bancarrota existencial y se mantiene vivo de manera artificial. La falsa imagen de prosperidad de las décadas anteriores, sacada de su pedestal junto las ilusiones democráticas y las promesas capitalistas que la acompañaban, resulta reemplazada por la imagen de un futuro distópico en que reina el miedo y la inseguridad, mientras que la cohesión social con su hermeticidad recién desplomada, da lugar a una polarización social.
En esta situación tan explosiva que se está plasmando, cuando la paz social parece ser un cuento de hadas lejano, el Dominio se deshace de todas sus máscaras y lanza el ataque en todos los frentes. Aprovechándose del hecho que todo el percal social pasa por un período de transición, el Dominio declara un estado de excepción permanente y adapta un discurso bélico. A todos quienes quieren oír, resulta evidente que detrás de cada una de las llamadas por más policía o por unidad nacional se esconde una declaración de guerra. La nueva voz del Poder está goteando sangre y su mensaje es que se mantendrá vivo a cada coste. Que un nuevo ciclo del progreso rentable y de la acumulación capitalista se abrirá pisando sobre cadáveres. Para lograr este ensangrentado progreso, el complejo político-económico dominante utiliza cualquier medio que tiene a su disposición. Políticos, periodistas, jueces, maderos, empresarios, carceleros, economistas y sociólogos, en pocas palabras todo tipo de los que expresan los intereses del sistema y lo establecen, con alma y cuerpo se lanzan para salvar el imperio de la ganancia. Mientras que los “grandes factores” políticos y económicos organizan nuevas condiciones de degradación con la sobreintensificación del trabajo, los impuestos exterminadores y la comercialización de hasta último rastro de la vida humana, con las bendiciones de los medios de información de masas se establece todo un estado policial. La vida pública resulta militarizada con los mercenarios de la Policía presentes por todas partes, mientras que las nuevas legislaciones antiterroristas, los bases de datos biológicos (bases de ADN) y los sistemas de vigilancia son reclutados con el objetivo de protegerse del enemigo interno que constituye la amenaza para el frágil equilibrio social. La represión es elevada para ser el eje central de la ingeniería social y amplia su punto de mira. Toda acción radical es criminalizada mientras que las persecuciones penales, encarcelamientos y pogromos políticos con el único objetivo “hacer razonar al oponente”, completan el dogma de la tolerancia cero. Todos aspectos de la vida reciben un ataque por parte de las funciones mecánicas del régimen social que se está desplegando constantemente hacia un nuevo tipo del totalitarismo. En esta condición de guerra, todo aspecto de la existencia se trasforma en un campo de batalla, a veces individual y a veces colectivo. En todo momento cada uno tiene que posicionarse.
Al mismo tiempo en que los poderosos y los establecidos se esfuerzan para construir un nuevo y totalitario orden de las cosas y mientras que el canibalismo social, el hecho de preocuparse sólo por su propio pellejo y el fascismo se están consolidando más y más, toda una galáctica de las prácticas de resistencia, individuales y colectivas, se desarrolla con el ritmo geométrico. Por las noches en las calles de las ciudades, en los escondites y en los espacios ocupados, gente con diferentes experiencias y con puntos de procedencia diferentes se coordinan entre sí y se juntan al multiforme proceso de la liberación social. Demostraciones fuertes e intransigentes, ataques guerrilleros, estructuras de solidaridad autoorganizadas, luchas huelguistas salvajes sin tutoría sindical, expropiaciones colectivas de productos, sabotajes, boicot de pagar y ocupaciones de los espacios y edificios públicos, junto con otras innumerables prácticas componen un mosaico de todo un proceso revolucionario en desarrollo. Una comunidad de personas se está creando sobre la conciencia de la rebeldía y con sus actos y palabras muestra que la apuesta por liberar la experiencia humana de la degeneración por parte de la opresión todavía sigue valida.
Una parte orgánica de esta comunidad constituye el multiforme movimiento anarquista al que pertenezco también yo mismo. Durante mi trayectoria política he participado en diferentes expresiones del movimiento anarquista, cada vez buscando a estos senderos de pensamiento y acción que de mejor manera puedan contribuir al proceso subversivo. Durante este trayecto descubrí de manera palpable (y todavía sigo descubriendo) toda una variedad de trozos de ese mosaico de las negaciones que constituyen la visión anarquista subversiva. Una visión que ha mantenido la integridad y la lucidez de su perspectiva revolucionaria tanto durante los duros años de la represión como durante los multicolores años de la asimilación y conformismo. Que ha mantenido íntegra la unidad entre la teoría y la práctica y entre lo personal y lo político, así rechazando la lógica capitalista burguesa, la cual fragmenta la condición humana en unas esferas aparentemente independientes y distintos entre sí.
Teniendo exactamente esta conciencia de la inseparable cohesión que hay entre el punto de vista y la práctica y entre la teoría y la cotidianidad, no puedo entender ¿cómo podría percibir la condición social existente como opresora y subyugadora y no luchar con cada medio para derrumbarla? ¿Cómo podría percibir las relaciones dominantes como enajenadas y vacías y no intentar de crear las esenciales y expropiadas relaciones de solidaridad con la gente que me rodea? ¿Cómo podría percibir la esclavitud asalariada como un proceso de coacción entre desiguales y no actuar hacia la individual y colectiva liberación de este proceso?
La decisión de expropiar el dinero reunido en la subasta organizada por la AMDP constituye mi respuesta individual a aquello último dilema. Negándome de asumir tanto el papel de obrero como el de amo, tanto el de explotador como el de explotado, decidí de realmente aplicar mi rechazo a la condición de esclavitud asalariada atacando a un órgano parasitario y receptador del Estado.
Si alguien quiere entender las motivaciones que hubo detrás de esa decisión mía, lo único que tiene que hacer es reflexionar sobre su propia cotidianidad. La sensación de vaciedad y encierro creada por la repetitiva rutina de los predeterminados horarios y trayectos. El aislamiento, el aburrimiento, la soledad y la inseguridad que sientes cuando te quedas en tu casa agotado y sólo. Del despertar por la mañana al consumo por la noche, la vida resulta aplastada en ese estado de guerra del chantaje asalariado. Y si alguien piensa que los términos como “estado de guerra” los utilizo para impresionar, que tome en cuenta aunque sea a estas más moderadas y conservadoras de las estadísticas respecto al precio que tiene el trabajo asalariado en la vida de las personas, para comprobar, más allá de cualquier duda, el sentido estricto de la dicha descripción. Hablando sólo de Grecia, cada tres días muere un trabajador. A nivel mundial más de 2 millones de personas mueren cada año en accidentes laborales. Y por supuesto no existen estadísticas sobre cuántas personas sufren depresiones o cuántas acaban tomando medicamentos o drogas en el intento de oponerse a ese sin sentido y esquizofrénico ciclo de producción y consumo. Tampoco existe alguna estadística respecto a los suicidios causados por esa guerra permanente de baja tensión.
Hoy en día, con el trabajo ya totalmente desmitificado, pocos son los que no se dan cuenta de su verdadera naturaleza. Día tras día, gente en todo el mundo convierten en práctica su negación a la naturaleza misma del trabajo, rechazando, ya sea totalmente o por un momento, su papel como piezas humanas de recambio en esa globalizada máquina que produce ganancias. Los sabotajes en la línea de producción, los destrozos en lugares de trabajo, los fingimientos de enfermedad para escaquearse, los hurtos de lo que pertenece a los jefes, la deliberada “baja productividad” y los incursiones y asaltos para robar la riqueza acumulada, son expresiones de una aversión al trabajo bastante común y que se crea en cada uno quien ha trabajado, aunque sea sólo por una hora en su vida. Prácticas de resistencia a un proceso que degenera la condición humana reduciéndola a una serie de gestos y pensamientos automatizados.
Estas son las motivaciones detrás de mi acto.
Me encuentro aquí para ser juzgado como atracador por un tribunal que bajo el manto de la moralidad y la imparcialidad, asume la legitimación de un régimen social que sistemáticamente y despiadadamente roba la gente de su propia existencia. Un tribunal cuya esencia de ser es mantener y perpetuar la opresión y las desigualdades.
Me encuentro aquí para ser juzgado como peligro para el conjunto social, frente a una justicia que siempre prefiere ejercer toda su brutalidad y furia contra cada marginado, contra cada paria, contra cada extranjero. Una justicia cuya misión es añadir la última piedra a esa fortaleza del terror que el Dominio construye alrededor suyo. Una justicia que criminaliza relaciones de amistad y de compañeros, que suelta condenas gravísimas a cada uno quien lucha, que decreta nuevas leyes antiterroristas en que “todo cabrá” y que persigue la gente por su identidad política.
Estoy aquí como anarquista y como persona rebelde, frente y en contra de esa justicia suya. Frente y en contra de todo el complejo político y económico dominante, que es la definición misma de brutalidad y del cual ustedes sois los representantes.
Estoy aquí por mi decisión de liberarme de aquella degradante y mortificadora realidad que nos presentan como moral y legal.
Y para terminar, estoy aquí porque conscientemente he decidido de robar el tiempo del proceso productivo y robar el dinero de la máquina estatal, con el objetivo de emplearlos por la destrucción de estos dos.
De esta decisión mía me declaro rotundamente no arrepentido.