“Esta agresión no es un hecho aislado dentro de la cárcel, algunos carceleros están acostumbrados a humillar y torturar impunemente, algo que por ningún motivo voy a tolerar, ni con mis compañeros ni conmigo”
Finalmente las palabras de los carceleros superaron aquellas que con dificultad logran decir de corrido, y cuando ya llevo mas de un mes en esta prisión, se atrevieron a tocarme. La tarde del 28 de octubre mientras estaba acostado, medio dormitando, escuchaba la radio 1° de mayo, en donde se recordaba un año más del asesinato de Raúl Pellegrin y
Cecilia Magni (militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en 1988), el pasillo comenzó a llenarse de carceleros, algo común cuando hay allanamiento de jaulas en busca de elementos prohibidos como celulares o cosas que puedan ser usadas como armas contra ellos.
Entraron y salí inmediatamente, ahí veo a un gendarme conocido por sus actitudes ultra fascistas que a pesar de no permanecer cerca de mí, me mantenía atento. Luego uno de ellos me pide que saque mi dinero desde la celda, en ese momento siento un golpe en el cuello por la espalda, me desestabilizó pero no me hizo caer al suelo gracias a mi agilidad. Me doy vuelta y miro para ver quien había sido el bastardo que me exigía rapidez, era el Sargento Salgado (aquel facista que nombre antes).
Inmediatamente lo increpo diciéndole que a mí no me iba a tratar de esa forma y con mis manos freno algunos de sus empujones. Una vez en el pasillo, el carcelero, al ver que me resistía a sus órdenes, continúo empujándome con más fuerza. Cuando me dirigía hacia donde estaban los demás presos, él me lleva hasta el sector de las escaleras donde otros dos bastardos me toman de los brazos – mientras yo resistía firme – y un carcelero comienza a golpearme con puñetazos en la zona del abdomen, yo intentaba bloquear los golpes con mis rodillas y al menos uno de sus puñetazos dio con ella. Esto hizo que se enfureciera y sumado a otros gendarmes, con sus bastones de madera, tomaron “valor” y comenzaron a golpearme en la cabeza.
En ningún momento pedí compasión ni les pedí que me dejaran, resistí con entereza todo lo que pude, pero producto de los golpes quede inconsciente por un breve momento. Al despertar tenia adormecido todo el cuerpo y no podía pararme, por lo que me bajaron arrastrando hacia abajo por 5 pisos.
Allí me meten a una celda fría, con cobertores y colchón sucios, durante 5 días, 23 horas encerrado.
En ese lugar me percate que las marcas de la golpiza abundaban: tenía chichones en la cabeza, moretones en el cuerpo y un corte en la mano que sangraba profusamente; los músculos me dolían como si hubiese corrido una maratón, pero aun así mi ánimo y mi moral seguían -y siguen- vivos.
Fue gracias a la solidaridad de algunos presos que pude comer durante esos días que estuve en aislamiento por “no respetar a la autoridad”, razón por la que estaba castigado. Ánimo también me daban los presos que gritaban desde “sus” jaulas, así como el apoyo del compañero Gonzalo que día a día realizo una simbólica protesta hasta que me levantaron el castigo.
Esta agresión no es un hecho aislado dentro de la cárcel, algunos carceleros están acostumbrados a humillar y torturar impunemente, algo que por ningún motivo voy a tolerar, ni con mis compañeros ni conmigo. Sé que mi actitud desafiante y sin miedo le molesta a los carceleros, pero seguiré orgulloso de mis convicciones, no agachare la cabeza ante nadie, ni besare sus botas. No estaré aqui para siempre.
Desde aquí hago el llamado a sacar a la luz cada abuso contra los compañerxs en prisión, a no normalizar las torturas, a enfrentar con orgullo a los bastardos y a que en la calle se haga eco de esta situación.
Un saludo de guerra a todos quienes de distintas formas enviaron sus saludos de ánimo. Ahora preparo mi cuerpo y mi espíritu para enviar toda mi fuerza en la conmemoración de los 10 años de la muerte de Barry Horne.
Mono
Prisionero de guerra
Desde la sección de Máxima Seguridad de la Cárcel de Alta Seguridad
Santiago, principios de Noviembre