LIBERACIÓN TOTAL … Contra toda forma de Dominación y en Defensa de la Tierra

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Recuerdos y Lucha Callejera Desde la Prisión. Relato de un preso desde alguna cárcel de $hile

por Edmundo Dantés :: 28.11.12

“Las palabras que he escrito tienen como principal motivación contar una vivencia y rescatar la experiencia de un grupo de compañeros y una compañera del Pedagógico que protestando contra el legado continuista de la dictadura que ejecutó la democracia policial de la concertación que tantas vidas de jóvenes rebeldes se llevó ante la indiferencia generalizada de los ciudadanos-borregos.”

Nota por LT: El preso que firma este texto (de quien no tenemos más información), es el mismo que meses atras escribió una carta titulada “Don Teodoro y las blancas palomas”, a propósito del ministro de justicia y su labor como verdugo, leer aquí. Saludos al compañero que ahora nos presenta un nuevo, más extendido e interesante texto, sobre una experiencia de combate callejero que finalizo con unos días de prisión.


Recuerdos y lucha callejera desde la prisión.

Sucedió un 8 de Septiembre de 1992. Se trataba del segundo año de gobierno de concertación luego de la dictadura militar y aún se sentía la mano del vejete Pinochet y su comparsa civil, muchos de los cuales se encuentran en el gobierno o el parlamento en la actualidad, que miraban con ojo atento y severamente los acontecimientos sociales y políticos, pese a las sonrisitas y genuflexiones de Aylwin y los políticos concertacionistas. En la práctica, y haciendo una evaluación gruesa, la transición a la democracia no es otra cosa que un reacomodo en las formas de la dominación; una operación política consistente en cambiar al régimen para salvar al sistema a la que habían concurrido poderosos actores: Estados Unidos, a través de su embajador, la visita del senador Kennedy e incluso la venida del secretario para Asuntos Interamericanos Robert Gelbard en 1986, luego del descubrimiento de la internación de armas y el atentado a la comitiva de Pinochet realizado por el F.P.M.R; La Iglesia católica impulsora del Acuerdo Nacional desde 1984 que sentaban las bases del itinerario político-institucional dentro de la Constitución pinochetista en que se daría la transición a la democracia; las diferentes facciones de la clase política que incluía a la oposición moderada y excluía a la que en ese entonces era la izquierda insurreccional; el gran capital nacional y transnacional que exigían respeto a la economía de libre mercado cuyos pilares había sentado Pinochet y los Chicago Boys bajo la égida de Milton Friedman. Este último aspecto de vital importancia fue, incluso, profundizada por los gobiernos de la concertación, contradiciendo el discurso pseudo crítico de sus principales economistas. Esto se vio cristalizado, sólo por citar los ejemplos más evidentes, en el aumento de la desigualdad en la distribución del ingreso y la agudización de la concertación de la riqueza ocurrida durante los 20 años de gobiernos de la concertación mediante la consolidación del modelo exportador de materias primas y el gran peso de los grupos financieros en la nueva estructura de Poder.

El correlato de la mantención del sistema económico-social de la dictadura fue el perfeccionamiento del control y disciplinamiento social, mediante la represión directa (muerte, tortura y cárcel para las formaciones de guerrilla urbana en una primera etapa y luego a los mapuche y al movimiento social más combativo) y mecanismos más sofisticados de control a los sectores sociales potencialmente peligrosos: establecimiento de un Estado policial; introducción de la vigilancia electrónica de alta tecnología en las calles; desintegración de las organizaciones sociales cooptándolas mediante la lógica ciudananista y de Fondos Concursables provenientes del Estado; penetración del narcotráfico en poblaciones populares tradicionalmente combativas; proliferación de cuerpos privados de vigilancia que actúan en la práctica como segunda línea de la policía; promoción de la delincuencia y la seguridad ciudadana como problema de primer orden, operando los medios de comunicación social como amplificador y promotor de mayor presencia policial; rebaja de la edad de imputabilidad penal adolescente, etc.

Pero volvamos al año 1992. Ese año había sido álgido en cuanto a acciones armadas de las distintas formaciones político-militares de izquierda que operaban en ese tiempo en el país, y en consecuencia las detenciones y los golpes represivos también estaban a la orden del día. En el Ministerio del Interior había un duro, el militante del PDC, Enrique Krauss Rusque. La llama de la rebelión que intentaba ser aplastada también se notaba en el viejo y querido Pedagógico, tradicionalmente combativo y baluarte para la izquierda más radical. La cosa se había puesto peliaguda desde principio de año. Para el 29 de Marzo de ese año, el Peda me recibía con una marcha de “La Punta” (grupo estudiantil cercano al Movimiento Juvenil Lautaro) y una acción coordinada que incluyó un corte de calle y un grupo que, armado con una pistola, controló el casino de los académicos en Rectoría y procedía a intentar quemar el automóvil del rector Alejandro Ormeño, cuestión que sólo sucedió en forma parcial. ¡Esa onda! Vaya recibimiento. Luego se sabría de la detención de un estudiante de Historia, militante del M.J.L, en las cercanías de Villa Francia. El año fue fértil en cortes de calle y movilizaciones estudiantiles que incluyó barricadas que cortaron todo el sector universitario de Macul con Grecia, y que conformaban el mítico Cordón Macul, para el aniversario de la matanza de Corpus Christi el 15 y 16 de Junio, llevada a cabo por la CNI (órgano represivo de la dictadura, sucesor de la DINA) en 1987. Había una sensación de territorio liberado y una gran agitación, pese a que se trataba, ciertamente de un microclima, ya que la situación general en el país venía en un sentido justamente contrario.

Así llegó el 9 de Septiembre. Se sabía que ese día habría una salida a la calle, ya se había corrido la voz y las paredes del Peda rezaban: “Septiembre rebelde”, “Recuerda la matanza”, “La escurría es gratis, las piedras también”… más claro, echarle agua. Ese día me levanté muy temprano, tenía ganas que amaneciera luego, ya que había dormido muy mal. Llegué al Peda con mis útiles escolares: una honda y una pañoleta. Cerca del mediodía la situación estaba madura para las mentes afiebradas de siempre, y simplemente reventó: varios cortes de calle se comenzaron a suceder de forma simultánea por Avenida Macul y Grecia, desde el Instituto Profesional de Santiago, IPS actual UTEM (Se me cayó el carné), el Pedagógico (mal llamada UMCE) y la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Nunca en mi vida había visto tantos rostros encapuchados (eran cientos), se daba un ambiente de catarsis, de liberación, de alegría. La policía arrancaba y se limitaba a controlar el perímetro, los manifestantes con pañoletas en sus rostros y algunos con bidones con gasolina cruzaban Avenida Grecia de la U. de Chile al Peda y viceversa, tranquilamente, algunos chuteaban una pelota… el territorio era nuestro, una pequeña venganza tenía lugar después de tanto abuso y golpes recibidos por los malditos pacos. De pronto una voz corrió, un grupo de cabros comenzó a dar una mala noticia: Los pacos se preparaban para entrar, al parecer, a las 3 universidades. Lo sabían porque uno de los cabros, supuestamente, era bombero y tenía un scanner portátil con el que interceptaba las comunicaciones de los policías. Al mismo tiempo un grupo de gente comenzó a romper las instalaciones de un casino del Peda que funcionaba como una especie de gimnasio, con colchonetas e implementos deportivos lo que permitía que también se le utilizara como Motel. Rompían los vidrios como dementes, algo que no me parecía para nada y nunca he comprendido qué sentido tenía. Comúnmente en situaciones así ha episodios de violencia irracional. La cancha de fútbol del Peda estaba absolutamente repleta de gente con pañoletas, poleras en sus cabezas, más de alguno tomaba una cerveza o se fumaba un pito, para qué estamos con cuentos, pero casi la totalidad tenía su foco en combatir con la policía.

Pero todo lo dulce se acaba. La profecía del scanner se comenzó a cumplir cuando una potente andanada de bombas lacrimógenas nos hizo retroceder detrás de la cancha de fútbol hacia el Norte, en la línea de los edificios. El grito ya se escuchaba repeitdo en decenas de voces: ¡Entraron los pacos! Entonces corrí suavemente e hice algo que hasta el día de hoy me arrepiento: esperé a mirar y verificar que efectivamente estuvieran entrando. Cuando los ví, ya estaban a unos 50 metros, venían con los palos en la mano y me eché a correr a todo lo que daba en dirección a las salas de Pedagogía Básica, seguí por el pasilllo que conectaba con Párvulos cuando me encontré casi a boca de jarro con un grupo de pacos que venía entrando desde la entrada principal de Macul.

La noche se me venia encima. En un último intento por esquivar a los profesionales del terror y los palos, salté unas ligustrinas tratando de ir a los pastos centrales. El caos era total, la gente corría en todas direcciones mientras un paco, que después supe era un Teniente psicópata de la 18° Comisaria, frente a la biblioteca, disparaba con una escopeta a todo lo que se moviera. Al tratar de saltar una segunda hilera de matorrales ya tenía a los pacos encima. Un fuerte palo en la cabeza me hizo dar una vuelta en el aire y caí al suelo a merced de los profesionales de los lumazos… nunca en mi vida me habian golpeado tanto, un apaleo brutal caía sobre mi. Sólo trataba de cubrirme la cabeza con mis brazos mientras me caían golpes en la espalda, las costillas y piernas. Luego, los pacos me levantaron extenuado y en calidad de trapo, me hicieron una llave torciéndome el brazo por detrás de la espalda y me condujeron a la entrada principal del Peda. No sé en qué estaba porque pensé que me iban a soltar, cómo tan ingenuo, en vez de eso abrieron la puerta de un zorrillo (vehículo blindado antidisturbios y lanzagases de la policía chilena) y me lanzaron adentro. Un paco guatón con una escopeta lanza-lacrimogenas en sus manos me quedó mirando moviendo de lado a lado su cabeza y tuvo, extrañamente, un gesto humano y me dijo: “Tenís rota la cabeza, límpiate con la pañoleta”, pasándome un trapo con el que me limpié la sangre que me corría por el cuello y me comprimí la herida para detener el sangramiento. El paco miraba casi con pena. No pasaron sino algunos segundos cuando la puerta se abrió de nuevo y metieron a 3 estudiantes más al zorillo y luego como a 5 más. Éramos una masa humana, unos sobre otros. EL zorillo se movió un poco y la puerta se abrió nuevamente para sacarnos a todos. La avenida Macul estaba absolutamente desierta y los restos de barricadas humeantes se veían a lo lejos, en Avenida Grecia. Una hilera de pacos a ambos lados formaba una especie de pasillo hasta el bus de los pacos, en lo que se conoce popularmente como un “Callejón oscuro”. Esta vez no me hice ilusiones de lo que estaba por venir, traté de correr lo más rápido posible cubriéndome con los brazos la cabeza mientras recibíamos todo el repertorio de golpes posible: patadas, combos, golpes con la UZI en las costillas, bastonazos. La llegada a la micro de pacos continuó con esta calurosa recepción, donde fuimos arrojados al piso mientras los pacos caminaban y saltaban arriba de nosotros. Sacaron a golpes a un ingenuo que se había sentado en los asientos pensando que se trataba de un viaje a la playa, arrojándolo entre amables palabras al suelo con nosotros. La micro emprendió camino, mientras algunos cabros comentaban que íbamos a la 18° comisaría de calle Los Guindos, comuna de Ñuñoa, que en la actualidad está en la calle rebautizada con el nombre del torturador José Alejandro Bernales.

A la llegada a la comisaría había otro comité de recepción, pero no fue tanto como pensaba. Nos formaron en una multicancha techada entre amables frases y elogios. Mi cuerpo se comenzaba a enfriar y los dolores de las golpizas los comenzaba a sentir con mayor intensidad. Mientras un grupo de pacos nos insultaba, llegaron otros que venían desde el lugar de los hechos, como dirían los periodistas; sus caras de odio y euforia al vernos y a merced de su cobarde actuar anticipaba lo que vendría. Un paco se me acercó con los ojos muy abiertos y cara de drogado con anfetaminas mientras gritaba “Aquí estai po conchetumadre”, al tiempo que me daba un golpe en la cara con mano abierta. El paco culiao abusaba de su Poder, nuestra pequeña venganza había terminado, nuevamente era el tiempo de recibir sus golpes y abusos de esa raza miserable de policías de uniforme (en ese tiempo no existían los fiscales para lamerle el culo a los torturadores y reforzar su Poder). Los golpes y burlas se multiplicaban por todo el grupo de estudiantes; en total eramos 21, 20 hombres y 1 mujer, estudiante de Filosofía quien se fue en cana sola al Centro de Orientación Femenina (COF), nombre eufemístico para la Cárcel de Mujeres, más conocida como “La corre” (por la correccional).

En eso estábamos cuando entra el comisario acompañado del especímen que más se parece al policía, una periodista acompañada con un camarógrafo. El paco, un oficial se venía haciendo el lindo con la periodista que seguía su objetivo método de investigación que guía a la mayoría de estos especímenes: repetir la versión de la policía. El camarógrafo hacía su trabajo grabándonos formados en una fila, mientras unos compañeros, de manera inexplicable para mi, agachaban la cabeza como si fuéramos cogoteros de esquina o tuviéramos algo de qué avergonzarnos. Así fue como el paco, don Comisario, decidió lucirse con la señorita periodista con un golpe de autoridad, y considerando que ambos comparten el código ético común de golpear a los que no se pueden defender, nos grita: ¡A ver, nada de andar agachando la cabeza! Por lo menos en eso tenía razón. Pero, modestia parte, a mi por lo menos no me hablaba. Sin intentar vanagloriarme, yo tenía la cabeza lo más alta posible, pues no consideraba que hubiera hecho nada malo ni de lo que tuviera que avergonzarme; al contrario: los torturadores y los criminales eran ellos. Como aún quedaba hilo en la carretilla, nuestro valiente oficial, instantes después y cuando el camarógrafo había dejado de grabar decidió seguir haciendo show y me llamó la atención por estar mirando hacia atrás, gritando de manera prepotente que estaba reconociendo la Comisaría para que después la vinieran a atacar… que los dioses lo escuchen, pensé yo.

Luego que se fue el oficial con su nueva conquista y, seguramente, a cenar con su esposa e hijos a repartir besos en la frente en su casa adornada al estilo de la oficialidad. Los abusos, golpizas y malos tratos de todas clases, continuaron en la sede del orden y la patria. Estudiantes a los que les quemaron su carné escolar, obligados a hacer flexiones, a ponerse condones sobre la cabeza, patadas, palos, golpes al ser encontrados papelillos de “Esmoquin”. “Pa fumar tabaco”, contestaban todos, “otro que fuma tabaco”, decían los pacos. A otro les pegaban por tener aros o el pelo largo. Entre medio también andaba el psicópata del teniente de la escopeta. A otros los apuntaban con un revólver sin munición a la cabeza de cabros que casi lloraban, arrodillados en el suelo. Es decir, todo el lindo repertorio de la cobardía uniformada, lo que no evitaba -por supuesto- que se dieran diálogos delirantes y que resultaban graciosos, si es que cabe, sobre todo vistos a la distancia.
-¿Quién soy vo?-Pregunta un paco.
Un cabro bastante “especial” al que le decían “Segismundo”, estudiante de Castellano, decide hacerse el chistoso o el interesante, aún no me queda claro y le responde: “yo soy yo y mi circunstancia”. Ah, qué mala idea, pensé yo. Los pacos se miran entre ellos.
-¿Y qué es esa gueá? -Le pregunta el paco.
-Eso es filosofía- responde campante Segismundo.
Flor de charchazo.

Yo sé que alguno pensará que se debieron parar y defender al compañero. En nuestra defensa debo decir que la intimidación era grande, que estábamos completamente reducidos y sólo aspirábamos a que pararan de golpearnos y pudiésemos pasar a los duros y fríos calabozos, pero que finalmente serían un descanso.

Antes de pasar a nuestros “aposentos”, me llaman adelante donde estaba mi santa madre con los ojos llorosos y un saco de dormir en los brazos, quien ya sabía que pasaría a la Penitenciaría al día siguiente. La traté de tranquilizar como pude, lo que no surtió mucho efecto, ya que notó los restos de sangre seca en el cuello y en la ropa. Me emociono al pensar en mi viejita y la cantidad de cosas por las que ha tenido que pasar. Quizás de niño intuyó algo, ya que la primera paliza policial me la llevé en 1987 cuando tenía 14 años en una marcha de secundarios y enfrentábamos en las calles a la policía del vejete Pinochet y que terminó con mis pasos en la juventud de un partido que en ese tiempo proclamaba la rebelión popular de masas… qué le vamos a hacer, pero esa es otra historia. El asunto es que rechacé el saco de dormir porque pensé que en la Peni me lo podían robar, pero finalmente mi madre igual logró hacérmelo llegar, porque así es mi viejita, lealtad a toda prueba.

Como era previsible, los calabozos, pese a la orina y el frío, resultaron un descanso, cesaron los golpes y pudimos dormir un poco. Al otro día pasamos los 21 a la Fiscalía Militar y procesados por desórdenes en la vía publica y agresión a carabineros. El calabozo de la Fiscalía Militar tenía una gruesa capa de orina que nos dejaba sólo un pequeño espacio para movernos. El primer día se fue la mitad del grupo. Cuando pasé a declarar ante el secretario del fiscal (así se llamaban los actuarios en la Fiscalía Militar), me di cuenta que estaban apiladas y ordenadas las “evidencias”: decenas de bombas molotov, hondas, ropa, buzos, polerones con capucha, spray, guantes, bidones con bencina, miguelitos. Mirándolas de reojo veo una botella que me resulta familiar: Se trataba de una botella de chicha (recuerdo que era Septiembre) que habíamos comprado en la mañana y que habíamos dejado escondida entre unas plantas para aliviar la garganta después de la gresca y sus gases lacrimógenos. Ahí estaba, pues nuestra humilde botella de chicha elevada a la categoría de “bomba molotov” y prisionera en la Fiscalía Militar.

El “Secretario del fiscal” era nada menos que un milico culiao, un Teniente del Ejercito que me tomó declaración con una foto gigante de Pinochet (que aún era comandante en Jefe) en su oficina, así que podrán suponer que no tenía precisamente una actitud amable hacia mi persona. Básicamente me odiaba, pero el sentimiento era mutuo, así que no había problema. Había partes de mi declaración que simplemente no las creía y se negaba a escribirlas en su maquina de escribir Olivetti.

Al atardecer llegó “el carnicero” (vehículo de Gendarmería) que traía a los presos de los juzgados y los últimos eramos nosotros. El ambiente no era precisamente lo que se llama elegante y algunos presos venían tomando pisco, seguramente comprado por los propios gendarmes en el Juzgado. Nos destinaron a una sección de la Penitenciaria llamada Colectivo 1, que era una taza de leche, no había cuchillas, en teoría no había peleas y no reinaba la jungla de la Penitenciaria. Si alguien quería pelear había guantes de box y casco. No estoy bromeando, los había dejado un boxeador que había estado preso. El sitio tenía un galón lleno de camarotes y otra sección de mesas donde estaban las “carretas” (espacio físico donde los presos conviven durante el día), también un patio-cancha de fútbol de forma triangular. En las altas paredes laterales se asomaban los presos que circulaban por los techos de las galerías de la centenaria carcel-matadero. Al llegar a mi “carreta” el preso más antiguo supo con justa razón que llevábamos casi 2 días sin comer y nos preparó una comida “liviana” consistente en huevo con longaniza y marraqueta. Sentía, sin querer ser malagradecido, que comía mejor que en mi casa. Sin duda que esto estaba condicionado por el lugar al que habíamos sido destinados en la cárcel, presos primerizos, choferes componían principalmente la fauna del lugar. Aprendí de la solidaridad de los presos, que en la cárcel está lo mejor y lo peor de los seres humanos, y por supuesto que hay mucha más gente solidaria adentro que en la calle.

El nuevo día trajo como sorpresa la emboscada de la organización Mapu-Lautaro a la escolta del ex-golpista intendente de Santiago, Luis Pareto (DC) en la que murieron 3 miembros de la Policía de Investigaciones y 1 militante del Mapu Lautaro. Este hecho dio lugar a intensos operativos policiales en busca del grupo atacante, por la TV se veían a policías con fusiles en mano saltando casas, carreras en automóvil y todo un nervioso despliegue que luego también se notó en los gendarmes y en la Fiscalía Militar que nos juzgaría y en cuyas manos nos encontrábamos.

Las siguientes idas a la Fiscalía Militar iban dejando a más compañeros en libertad, pero yo me mantenia “cuidando el queso” como se dice, pese a que en ese tiempo era más facil quedar en libertad que ahora, aunque el periodismo y los ciudadanos-borregos, desde la ignorancia y el desconocimiento, piensen lo contrario.

Había compañeros y compañeras del Pedagógico solidarizando fuera de la Fiscalía Militar, preocupados por nosotros y mandándonos cosas para comer. Entre medio, los casos los tomaron abogados del CODEPU y el apoyo del “Negro Barrios” que en esos días era presidente de la FECH y hoy un importante dirigente del Partido Socialista, uno de los partidos que gestionaron más eficientemente la represión a la subversión y la cárcel para los rebeldes durante los gobiernos de la concertación.

Una última anécdota ocurrió cuando “El Gioto”, estudiante de Artes Plásticas peleó box y gano, afortunadamente, en la cárcel, sacando la cara por todos nosotros. Cuento aparte fue cuando al “Chamorro” lo descubrieron con la identidad falsa que se había inventado, lo que se conoce como “chapearse”. Resulta que nuestro amigo “Chamorro” era cualquier cosa menos cuico y el nombre que se le ocurrió dar fue nada menos que el aristocrático Sergio Patricio García De la Huerta Aravena. Aún lo recuerdo, cómo olvidar un nombre así; más encima cuando “chamorro”, que no era estudiante, nos decía que su coartada era que había ido al Peda no a la protesta, sino a tomar porque era “arcólico”. Por supuesto no le creyeron y su torpe chapa fue descubierta.

A los 6 dias preso ya sólo quedábamos 4 personas “cuidando el queso”, yo y Chamorro entre ellos. Cuento corto, quedamos en libertad por falta de méritos y porque los pacos entraron en contradicciones respecto de mi detención. Esa fue nuestra experiencia el año 92 en la Penitenciaria, golpeados y vejados en dependencias de la 18° Comisaría y nuestro paso por la Fiscalía Militar. Las palabras que he escrito tienen como principal motivación contar una vivencia y rescatar la experiencia de un grupo de compañeros y una compañera del Pedagógico que protestando contra el legado continuista de la dictadura que ejecutó la democracia policial de la concertación que tantas vidas de jóvenes rebeldes se llevó ante la indiferencia generalizada de los ciudadanos-borregos. Nosotros, a partir de lo que nos tocó vivir, enfrentamos con nuestras precarias herramientas la maquina de muerte policial de la manera más digna que pudimos. Jamas reconocimos nada, ni aceptamos ningún “delito” para salir ante en libertad, nunca caímos -pese a nuestra inexperiencia- en esa trampa, como a veces se puede ver a jóvenes rebeldes hablando en un tribunal y aceptando la “culpa”, accediendo al chantaje legal y asesorados por abogados preocupados de sacarlos en libertad, pero descuidando las implicancias políticas y morales de un actuar así y del terreno desfavorable en que quedarán futuros compañeros que pasen por lo mismo.

Seguramente lo que vivimos nosotros hace 20 años, no es muy diferente de lo que los jóvenes y adolescentes de hoy tienen que enfrentar, siendo golpeados y humillados por luchar, por rebelarse ante este sistema injusto diseñado y ajustado para que siempre gane la misma minoría privilegiada dueña del Poder y la riqueza. Ojalá estas líneas sean un soplo que alegre e inflame sus corazones y su rebeldía, lejos de la arrogancia, que otros rostros enarbolen las banderas y las pañoletas al viento tratando de torcer la nariz a la historia. Aunque cierto pesimismo se ha adentrado en mis huesos ahora carcelarios y de ver actitudes decepcionantes, creo que chocamos una y otra vez con una pared. ¿Vale la pena el fuego, las lágrimas, la rebeldía, la represión, la cárcel, las vidas destrozadas? Quiero creer que sí, que lo mejor de nuestras vidas se fue en una labor digna y justa, que la rebeldía organizada vale la pena en si misma, que una nueva generación de jóvenes puede barrer los fuertes anclajes de la modorra y la pasividad. En ese deseo me quedo con ustedes, caliento mis manos al fuego y les sonrío. Un saludo cariñoso.

Desde alguna cárcel shilena.
Edmundo Dantés.
Noviembre 2012.


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